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Los más jóvenes constituyen el colectivo más tendente a salir de España.
La población cántabra en el extranjero se ha duplicado en ocho años

La población cántabra en el extranjero se ha duplicado en ocho años

La precariedad del mercado laboral espolea la emigración hasta registrar en este 2017 más de 42.800 cántabros que viven fuera de España

José Carlos Rojo

Sábado, 18 de marzo 2017, 18:13

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En el transcurso de los últimos ocho años, que arrastran los efectos de la crisis como una losa, la emigración de los cántabros que buscan una oportunidad laboral en el extranjero está tomando un cariz de éxodo. Si en 2009 eran 24.790 los nacidos en la región con residencia fuera de España, en 2017 el dato se ha multiplicado hasta los 42.897. Son las últimas cifras publicadas por el Padrón de Españoles residentes en el Extranjero (INE). "Todos estos análisis tienen una relación directa con la situación actual de la economía y del mercado laboral. Estamos asistiendo a una destrucción sistemática de puestos de trabajo y un incremento del desempleo", comenta el catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Cantabria, José Villaverde.

La realidad se ceba especialmente en los jóvenes el sector con edades comprendidas entre los 25 y los 34 años: "Ya no es esa mano de obra no cualificada que en los sesenta viajaba a Alemania a trabajar en la industria. Estamos hablando de universitarios que no terminan de encontrar un puesto acorde con su cualificación en España", agrega el experto, que se confiesa "asustado" con ese porcentaje de paro juvenil: "Hablamos de que es cercano al 50%. ¡Uno de cada dos jóvenes no encuentra trabajo!".

La mayor parte de los inscritos en este censo de residentes en el extranjero pertenecen al municipio de Santander (55,80%). Y si se atiende a los destinos, América concentra el 75,15% de las migraciones mientras otro grueso importante, el 21,9%, opta por países europeos. México, Argentina y Francia continúan siendo los países de residencia de la mayor parte de ellos (50,89%).

"Existe ahora mismo un sector de jóvenes que no se marcha de casa de sus padres, mientras que otro grupo se va a vivir a otras regiones y al extranjero. Ambos procesos responden al mismo fenómeno: la penosa situación laboral que no permite una adecuada inserción en la sociedad". El tono tajante de Juan Carlos Zubieta, catedrático de Sociología de la Universidad de Cantabria, responde al "carácter preocupante del movimiento poblacional al que asistimos". "La precariedad laboral, los trabajos basura, los contratos de becario y la explotación laboral están cercenando los sueños de muchos jóvenes", sentencia el experto. "Que nadie se confunda:la mayor parte de los que emigran lo hacen obligados, son pocos los que buscan experiencias nuevas".

Los que se han ido

Más allá de toda esta teoría, cuando se baja a la calle para escuchar algunos testimonios de quienes tuvieron que irse, se encuentran historias de valentía, de superación personal y de nostalgia. Hay quien se ha adaptado mejor y peor; oquien ha logrado su objetivo profesional y ha formado una familia. Lo que todos comparten es su aspiración de regresar a España. "Me fui hace tres años. Soy ingeniero de Caminos. Antiguamente te decían que si estudiabas esta titulación tenías la vida resuelta, y míranos", explica Diego Viaña, el corraliego de 36 años que primero viajó a Perú "para trabajar en una explotación minera gigantesca a más de 4.300 metros de altitud", y que ahora desarrolla un proyecto de explotación de parques eólicos en Egipto.

La suya, como la de otros muchos, no fue una decisión libre: "Como dicen en Perú, Chamba es Chamba, trabajo es trabajo, y uno tiene que ir allá donde lo encuentra", agrega. Le queda el consuelo de formar parte de un colectivo cada vez más grande. "Cuando vienes tan lejos y encuentras otros españoles que están igual que tú, te sientes muy arropado porque es lo más parecido a estar más cerca de casa. Pero tampoco nos encerramos en nosotros. Conocer gente de otros países te abre mucho la mente porque tratando con ellos te das cuenta de lo poco que los conocemos, de los tópicos que manejamos. Estar fuera es muy enriquecedor en ese sentido".

La proporción de emigrantes está equilibrada según los sexos;prácticamente alcanza la paridad. Y no todo son historias de sacrificio y resignación;también hay quien encuentra el modo de convertir el bache en oportunidad:"De momento no me planteo volver a España. Estoy bastante contenta trabajando en San Francisco", señala la doctora en Biología Rita Quintana (32 años) que después de un tiempo investigando el cáncer de mama en The Hospital for Sick Children, en Toronto (Canadá), ha logrado un puesto en la empresa de diagnóstico genético Invitae. En San Francisco vive con su pareja, estadounidense, y su grado de integración es tan alto que no baraja la posibilidad de regresar a España, al menos en el corto plazo. "Quizá en unos años sí podría volver a Europa; aunque problablemente necesitaría montar mi propia empresa de diagnóstico genético".

La necesaria fuga de cerebros

Los expertos universitarios reiteran la necesidad de emigrar a otros centros de investigación, de conocer otras formas de trabajo, modos diferentes de colaboración. Sólo añaden un apéndice, hay que construir un entorno laboral adecuado para quien quiera regresar. Algo que a día de hoy no existe. "Creo que dedicarse a la investigación en otro país por unos años es una experiencia necesaria. La I+D avanza gracias a colaboraciones entre diferentes centros. Pero definitivamente en España haría falta mucha más inversión privada en investigación en organismos públicos o en empresas de biotecnología y genética", remarca Quintana.

Otro de los casos, en Helsinki, parece constituir otra de las historias felices de este relato de emigración. "Estudié Ciencias del Mar y aquí he encontrado un trabajo magnífico en Helcom, la firma encargada de preservar los intereses del medio ambiente en el Báltico", reseña la santanderina Marta Ruiz (43 años). "La situación en España no era la mejor porque a mí se me iba a terminar el trabajo y mi marido, que es aparejador, no tenía". No fue una decisión fácil, "hubo que jugársela", pero al final parece que mereció la pena. "La calidad de vida aquí es muy buena. En este país realmente existe la conciliación familiar. Si hay que señalar algo, es lo que echas de menos a la familia, la comida y el clima. Aquí el verano dura sólo un mes y la temperatura máxima es de 20 grados".

Sólo unos pocos como Ramón Gelabert barajan la posibilidad de regresar a casa a corto plazo. Llegó a Chile hace cinco años. Aquel país ofrecía desarrollo profesional y la posibilidad de trabajo para su pareja; pero llega un momento en que cambian las necesidades: "Espero volver ya este año porque he sido padre y ya hay otras cosas prioridades", concreta. Su balance de la experiencia no puede ser más positivo: "Emigrar es duro, pero entrega una experiencia muy valiosa. Uno solo conoce y ama su tierra de verdad cuando se va de ella".

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