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Fama, amor y un hábito angelical

Fama, amor y un hábito angelical

La espontánea conexión entre un músico "espiritual" y el Guardián del Monasterio

Pilar González Ruiz

Martes, 14 de marzo 2017, 20:31

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Jean- Michel Jarre tiene, a sus casi 70 años, el porte de un hombre tres décadas más joven. Vestido de riguroso negro, sin marcas a la vista, delgado y con un corte de pelo de estudiado estilo casual, el francés ha visitado Liébana mostrándose cercano, distendido y curioso. Y seguido de cerca por su mánager, que, pañuelo de Vuitton al cuello, decía sutilmente hasta aquí cuando era necesario.

Jarre observó con atención la Puerta del Perdón. Dos veces. El llamado padre de la música electrónica subió al monasterio de Santo Toribio de Liébana, en solitario, a primera hora de este martes. Pasado el mediodía repitió la operación, alejado ya del recogimiento y metido de lleno en su papel promocional con una vorágine de periodistas, turistas, religiosos y políticos agolpados a su alrededor. Al fin y al cabo, es una estrella. La estrella internacional que abrirá los actos del Año Jubilar Lebaniego 2017.

Un mito, una leyenda lo definía el espectacular vídeo de presentación. Un pionero, el altavoz que Cantabria necesita, lo llamó el Consejero de Turismo, Francisco Martín, que se refirió al camino lebaniego como el germen de la Unión Europea, porque este martes, en Potes, todo fue grandilocuencia. Frente al artista, casi una docena de alcaldes de la zona, que, cual regimiento, brazos cruzados, oído atento, móvil en mano recogían cualquier movimiento del francés. Representantes del Obispado, de la Cofradía de la Santa Cruz y un despliegue protocolario casi tan numeroso como el de los asistentes, siguieron al músico hasta la Torre del Infantado donde pudo ver, tocar y hasta oler los beatos. Una excepción, pero no todos los días acude el primer artista en actuar en China tras la muerte de Mao, por mencionar parte de su extenso currículo de Récord Guinness.

El artista de doble perfil, primero hipermoderno, después trasnochado, siempre un espectáculo en sí mismo, se encontró con una tradición religiosa del siglo VI, pero no hubo disonancia alguna. A Jarre lo recibió a las puertas el Guardián del Monasterio, que lejos de ser un personaje de rol, es el cargo que desempeña Juan Manuel Núñez. El francés atendió a la exposición detallada de la historia del templo, mientras tres apisonadoras alisaban el asfalto aún caliente en medio de un atosigante aroma a alquitrán. Los obreros se afanaban en colocar renovadas vallas de madera y hordas de adolescentes se desplazaban por el entorno atentos a sus propios asuntos, que de espirituales parecían tener más bien poco.

En un bucle constante, Jarre fotografiaba a los fotógrafos que, a su vez, lo retrataban a él mientras posaba en la puerta, posaba con los políticos, posaba con vistas, posaba y posaba impenitente. En esto, y dada la cercanía de su recién estrenada relación, tras varios abrazos y un rato de conversación, el Guardián del Templo hizo un exceso y sacó de su lugar de reposo el gran tesoro del monasterio: el Lignum Crucis. Ataviado con su reglamentario hábito blanco, también se permitió una coquetería: ¿Estoy guapo, no?, preguntó al dirigirse al altar. Angelical, le contestó con sorna un compañero de fe.

En el altar de la capilla, apenas visible de tanta gente como lo rodeaba, Jean-Michel Jarre atendió las solemnes explicaciones sobre la trascendencia de la talla que convierte a Liébana en epicentro de la cristiandad. No llegó a besar la santa reliquia, (quizá no entendió el ofrecimiento que le hacían), pero sí recibió la bendición por parte del anfitrión. Y un consejo; Que la fama no te cierre al amor. Al amor divino, se supone. Al fondo, solo se santiguaron en ese momento crucial, (valga la redundancia), el vicario y otros cuatro sacerdotes que acompañaban la comitiva.

Fuera, más fotos. Un grupo de peregrinos franceses no daba crédito a lo que estaba ocurriendo: allí, en un remoto monasterio entre montañas del norte de España, estaba, a un palmo de distancia un reconocido artista en territorio francés. Es increíble, se asombraban los profesores. Es un gran músico, muy guapo, añadían los alumnos galos, algo más despistados. Mientras él se hacía selfies por doquier, a su alrededor se repartían pulseras jubilares como si no hubiera mañana. Pero sí, sí que lo habrá: el 29 de abril. La fecha en la que 6.000 personas disfrutarán del primer espectáculo de las celebraciones jubilares. Las paganas. Las religiosas habrán comenzado seis días antes con la apertura de la Puerta del Perdón.

Los hosteleros de Potes esperan con ansias el año jubilar y el concierto del músico, sea quien sea, porque eso tampoco lo tienen del todo claro, pero será bueno para el turismo. Los lugareños se preguntan por qué no hacer el concierto en un espacio en el que quepa más público; Alguna finca habrá, dicen. Y los turistas, consideran una suerte poder disfrutar de la actuación de un músico como Jarre. Al fin y al cabo, Tubular Bells es un disco magnífico, zanjó un entusiasta despistado haciéndose un lío con la obra magna de Mike Oldfield; otro creador etéreo y legendario, aunque en su caso británico.

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